¿Cómo es un trumpista? ¿Qué le pasa en la cabeza? Aquí el retrato psicológico de un ser trumpiano.

Trump, el hombre, el animal, el energúmeno que todos conocemos ya demasiado bien, ha sido elegido por 71 millones de estadounidenses. No lo entiendo.

Daniel Alonso Viña
8 min readNov 9, 2020

Creo que no éramos conscientes de cómo se había degradado el mundo desde que llegó Trump. Lo fuimos soportando, golpe tras golpe, acomodando nuestro cuerpo a las nuevas sacudidas de este loco. Ahora que podemos sacar la cabeza del hoyo y volver a mirar al mundo, me doy cuenta de lo que nos había quitado Trump. Entre otras, las ganas de formar parte de la sociedad en la que vivimos.

Llevo dos días mirando el móvil cada dos por tres. Casi más que cuando subo una foto a Instagram. El pensamiento me ataca mientras escribo o cocino, antes de irme a dormir y nada más levantarme de la cama.

En estos momentos, mi cabeza salta “Daniel! las elecciones estadounidenses!!!”.

Resignado, queriendo pero sin querer, encendí el móvil y miro el resultado. Desde hace dos días, los números se han movido ni un ápice. Está mañana, sin embargo, la barrita azul estaba por encima de esa raya negra infernal en el medio del contador. Biden tiene más de 270 representantes. Por fin, Biden es presidente de los Estados Unidos. Trump, dentro de poco, tendrá que irse, largarse de esa casa infestada por él y su séquito de secuaces, gremlins infiltrados en el centro de decisión de la democracia más importante del mundo.

Pese a la dulzura inicial, la victoria de Biden es un tanto agridulce. ¿Por qué? Pues porque Trump ha sido el segundo candidato más votado de la historia. ¿Y el primero? Biden.

Trump ha acumulado la friolera de 71 millones de votos, mientras que Biden, mostrando que la fuerza anti trumpista era aún más poderosa, ha sido elegido como presidente por más de 75 millones de estadounidenses.

Pero es que Trump, el hombre, el animal, el energúmeno que todos conocemos ya demasiado bien, ha sido elegido por 71 millones de estadounidenses. Todas esas personas, a la hora final, después de cuatro años infernales, han dicho, “Sí, yo quiero que Trump siga presidiendo mi país. Quiero tener otros cuatro años de lo mismo que hemos tenido hasta ahora”.

Todas estas personas, con su voto, han conseguido que Trump sea el candidato republicano más famoso de la historia de Estados Unidos.

Y la pregunta que todo el mundo se hace es evidente: ¿Quién ha votado a Trump?¿Cómo es esa persona que es capaz de hacer algo así? ¿Por qué, después de todo lo que hemos pasado, la gente ha votado tan apasionadamente a un loco?

Yo he estado dándole vueltas, y voy a tratar de contestar a todas estas preguntas.

Vamos a ello.

70 millones de personas son muchas personas. Eso quiere decir que ha votado a Trump gente normal, mucha gente normal que pasa desapercibida, que no monta escándalos, que no va por la calle con metralletas. Es gente que se pone la mascarilla y saluda a sus vecinos.

Son gente como tú y como yo, médicos, profesores de escuela, propietarios de pequeños negocios, recogedores de basuras, amas de casa, peluqueros, dependientes, directores, estudiantes universitarios, camareros. Ya me entendéis.

Entonces, ¿se puede saber qué les pasa en la cabeza para que voten a Trump?

Este es mi intento de explicar este fenómeno.

Hay dos elementos que son esenciales para la formación psicológica de un trumpista: el egoísmo y la ignorancia.

Voy a pintar un cuadro.

La figura ideal del trumpismo es el tío conservador que se comporta de manera extraña en las cenas de navidad.

Este es el típico tío que viene a visitar a la familia de vez en cuando y que obliga a todos a realizar un ejercicio de contención. Estáis comiendo o bebiendo algo en el jardín y, sin avisar, hace algún comentario extraño, completamente innecesario. Lo hace con esa picardía característica de la persona que se odia a sí misma pero lo sobrelleva odiando a los otros. Se está ridiculizando, pero en su mundo perfecto confeccionado por él mismo, ese comentario es necesario y pertinente, y sólo un verdadero hombre tiene coraje para hacerlo.

Si miras atentamente, podéis ver como disfruta haciendo ese comentario fuera de lugar. Sabe que está diciendo algo controvertido, pero le gusta, sobrevive gracias a las miradas largas y los silencios del resto. En confrontación y tensión es donde puede descansar. Y todo esto porque en ese comentario es donde lucha su pequeña guerra. Necesita esa pequeña victoria para mantener su mal construido ego a flote.

Lo necesita como el oxígeno para respirar.

Así que dice esa estupidez, nadie le dice nada o le sonríe con amabilidad, y él se queda tranquilo, hasta la próxima. Porque siempre hay más del lugar del que vino eso.

Todos tenemos un tío de esos.

En este contexto, con esta imagen, vamos a analizar los dos rasgos psicológicos de nuestro tío: el egoísmo y la ignorancia.

El egoísmo de nuestro tío es una cosa rancia, desfasada y, de nuevo, innecesaria. Le vemos tratando de ganar esas pequeñas batallas que sólo le importan a él. Es competitivo cuando nadie más lo es, coge la hamburguesa más grande de todas, bebe como un macho alfa las cervezas, y si puede hacer trampas, las hace.

Ha perdido la batalla consigo mismo y con la vida, las dos batallas más importantes, y ahora se dedica a hacer estupideces para compensar esas derrotas.

Esto, a gran escala, le hace un gran egoísta, es decir, esperará cosas de los otros pero jamás dará nada a cambio, y no porque no se de cuenta, sino porque piensa, tiene razones. Piensa que en la vida nadie te ayuda y que tu tienes que preocuparte solo por tí mismo. Piensa que dar es de blandos, que la vida es dura y que si tu no quitas a los demás, ellos te quitarán a ti.

Y ahora enlazamos el egoísmo con el segundo rasgo, la ignorancia. ¿Cómo? pues diciendo que su egoísmo es un egoísmo ignorante y desmedido.

¿Por qué? Pues porque no consigue ver más allá, es la avaricia propia de una persona corta de miras, cuyo centro del mundo es su ombligo. Es ignorante porque no es capaz de comprender que dar es recibir en el futuro, y que dar sin esperar nada a cambio es recibir todavía más en el futuro.

Además, es un ignorante que se pasa de rosca, es decir, que sabe tan poco del mundo que ha tenido que inventárselo para poder vivir en él. Con la ayuda de Facebook, vive en un mundo lleno de fantasía creado a gusto de sus más rastreros impulsos y opiniones. Todo, por supuesto, sin haber cogido un libro desde que dejó el colegio.

En política, esto implica que, como mi negocio ha ido bien durante la época de Trump, voy a votarle otra vez. “¡Ya pero es Trump! ¿qué pasa con todo lo que ha dicho y hecho? está destruyendo el planeta y nuestra imagen en el mundo, su actitud egoísta y rancia, su victoria a cualquier precio, sus comentarios, es una vergüenza para el país. ¿Cómo puedes votarle?” A lo que nuestro tío contestaría “Dorothy, en este mundo reina el egoísmo y la avaricia, si yo no me preocupo por mi mismo, ¿quién lo hará?”.

La niña Dorothy baja la mirada, y con lágrimas en los ojos dice “Ya pero… no sé, es tan malo, es tan vergonzoso… está haciendo daño a la gente… no entiendo como puedes…” y se irá de allí con lágrimas en los ojos. La frustración que genera el mal absoluto es absoluta, y no encuentra más vías de escape que a través de las lágrimas.

¿Por qué? seguirán preguntando algunos. ¿Por qué esta persona, aun así, vota a Trump? Alguien sentirá que esto no es suficiente, que falta una pieza en el puzle. Hay quien, pese a todas las explicaciones, seguirá dudando. Hay una razón. Falta la última pieza del puzzle, el colofón a nuestra historia de terror y desapego.

El trumpista por excelencia, nuestro tío, es malo, malvado, es una mala persona. Esta es la esencia del trumpismo, lo que Trump ha logrado y que nadie había logrado antes. Dar una salida honesta al mal.

Obama apelaba a lo mejor en el corazón de los hombres. Dejad atrás vuestros errores, vuestro egoísmo, vuestra maldad. Os he perdonado, ahora venid conmigo y hagamos juntos el bien en el mundo, ayudemos a los demás, pensemos en el bienestar del otro, pues eso nos acabará trayendo dicha a nosotros. Ese era Obama.

Trump es todo lo contrario, la antagonía más pura, el antihéroe de nuestra historia. El mal mitológico.

Trump dice que el mundo está contra ti, y que debes contraatacar. Si para eso haces mal a las personas, que así sea. Si no atacas tu primero, serás destruido. Trump lleva décadas puliendo su persona y su marca, y se ha convertido en eso.

El egoísmo y la maldad, la mentira y la deshonestidad son las herramientas para conseguir el éxito. Su victoria te da permiso para utilizarlas, y sobretodo, acepta que las hayas utilizado antes.

El fin justifica los medios, si quieres ser rico, si quieres triunfar, haz lo que sea necesario, pues yo te doy permiso. Ve al mundo y destrúyelo para conseguir tus objetivos, pues a mi me ha sido muy útil y si el presidente de un país puede actuar así, claro que pueden copiarles sus ciudadanos. Así funciona el mundo. Si tu no lo haces, si tu no te aprovechas de los demás, lo harán otros, y se aprovecharán de ti.

Este es Trump, una máscara, una justificación, una moralidad para el mal. Ha dicho abiertamente a los trumpistas: sed malos, mezquinos, egoístas, y no os sintáis avergonzados, pues es la única manera de progresar en el mundo.

Esto es muy triste ¿Es que acaso hay tantas personas malas en el mundo?

Sí.

Hay muchas que no se dan cuenta, o que no lo reconocerán, pero las hay. No tienen porque ser malas absolutamente, pero en estas elecciones, su parte mala ha tenido más fuerza. El mal y el bien se encuentran en una lucha constante en nuestra sociedad. Pero en esa lucha alcanzan siempre el punto medio. Como el yin y el yang, el equilibrio surge de la contraposición de estas dos fuerzas.

En estas últimas elecciones, hemos podido ver en juego, de una manera magistral e impresionante, estas dos mareas titánicas que mueven y transforman el mundo. El resultado, esta vez, ha sido positivo, y el mundo puede respirar tranquilo y descansar tras el enorme esfuerzo.

Nuestro tío se quedará callado y en silencio durante un tiempo, y las fuerzas del bien como Dorothy pueden descansar tranquilas y alejarse un rato de los asuntos de los mayores. El bien puede volver a jugar al parque, pues ya ha finalizado todas sus tareas.

Daniel Alonso Viña

09.11.2020

--

--

Daniel Alonso Viña
Daniel Alonso Viña

Written by Daniel Alonso Viña

Escritor de poca monta sobre temas que me vienen demasiado grandes.

No responses yet